jueves, 1 de octubre de 2015

El fantasma y la vida erótica.

El fantasma y la vida erótica.


La erótica no se restringe a lo sexual genital, sino que perteneciendo al orden del exceso, es aquello que pervierte, el cuerpo y la función del órgano, inundándolo de ese plus que Freud llamó libido y que Lacan llamará goce.
Algunas viñetas clínicas bastante clásicas en la experiencia de los analistas.
Un hombre cuya mujer está embarazada empieza a sentir que es presa de un  irrefrenable impulso a serle infiel con prostitutas.
Una mujer logra llegar al orgasmo solo si imagina que su partenaire no es su marido, al que por otra parte ama, sino otro hombre que invariablemente, digamos  no le estaría  permitido.
Un hombre imagina a su mujer siéndole infiel, y así logra hacerle el amor a su amante.
Por lo que se ve, el abordaje del acto sexual participa del malentendido y la cama del neurótico es un lugar donde hay mas gente de la que se ve a simple vista.
Al final de su Obra Freud concluye que el trastorno de la relación entre los sexos es una un síntoma generalizado. No se trata de una limitación particular.
El artificio inventado por Freud, comienza por el efecto sujeto dividido de inconciente, y concluye frente a una roca, cuya sustancia es goce y  emerge por  una la decantación hacia ese otro polo del fantasma  que es el objeto.  A veces para el propio analizante, descubre sorprendido, un rasgo reconocible, ya sea en las elecciones amorosas, o en los conflictos con la autoridad o con los eventuales  rivales, para dar ejemplos conocidos.
De las vicisitudes de la transferencia Freud extrajo las “condiciones” inconcientes de la elección de la elección amorosa. Esas condiciones anudan lo  imaginario, es decir aquello que pertenece al registro narcisista,  el goce en juego en el aporte pulsional,  y las constelaciones simbólicas que determinaron, la conformación del objeto causa de deseo.   
El fantasma  surgió de la clínica, y su carácter erótico irrumpió en ese escenario privilegiado fue el de la transferencia.  Poniendo en juego aquellas marcas  que determinaron, en el sujeto, su lugar de objeto en el deseo del Otro.    
El encuentro fallido por estructura, que es lo mismo que decir por castración, es lo que anuda al fantasma a la repetición.
El polo sujeto del   inconciente es el que despliega la riqueza de escenas y personajes en la historia del analizante mientras que el otro polo, el del objeto es  lo que decanta las condiciones invariantes y fijas de su goce.
 Es lo que nos revela Freud  en sus artículos sobre la vida amorosa.
 Allí extrae esa función constante que es la del “tercero perjudicado”, y la degradación del objeto, resultante de esa rajadura del objeto de amor y el objeto de deseo que resulta de la división entre la madre y la prostituta.
Las dos condiciones estudiadas responden fundamentalmente a la elección de objeto en el hombre.
El neurótico no va solo a ese encuentro con el Otro sexo, va acompañado por el fantasma. Allí en su escenario secreto, rebaja el objeto a objeto de la demanda del Otro, donde lo pulsional contribuye  desde la secreta equivalencia fálica de los objetos, como promesa de goce restitutiva.[1]
Pero el fantasma  es también el que presta su marco a lo que se llama realidad psíquica. La tela de lo que llamamos realidad es la misma que la del fantasma.
La pantalla del fantasma está asediada por lo real. Dado que el  inconciente no dice nada del Otro sexo, habla una sola lengua la macho-dicción,  el fantasma  es lo que viene a suplir el libreto- saber, que falta, haciendo del objeto causa, objeto señuelo de deseo. La clínica muestra que la escena del fantasma, puede virar hacia el otro polo, donde el sujeto pierde pie,  ante la emergencia de ese agujero en el Otro al que es aspirado como objeto.
En el seminario 20 Aún,  en el muy comentado cuadro de la   sexuación, Lacan extrema la lógica de la no relación, sostenida por el significante  Fálico, confrontándola con el Otro goce, allí acomoda el fantasma repartiendo sus términos. Hay planteado  entre estos dos polos un inconmensurable, el mismo que se pone en juego en el encuentro amoroso.
Del lado macho queda el Matema sujeto del inconciente, y el significante Falo, (o sea Todo lo que se puede decir y representar), del lado “no toda” el objeto a y ese punto enigmático que se cifra como S(A/) .Significante que bordea un vacío.
Del lado masculino cuando se trata de abordar el otro sexo se lo aborda con el fantasma, y el partenaire es el objeto a,  lo que muestra el carácter fetichista del deseo masculino.
La cuestión del erotismo, el fantasma,  y el goce del lado femenino son menos transparentes, solo puede decirse con palabras prestadas.  Hay un goce Otro,  suplementario, pero no se lo puede decir, solo mal-decir. Ellas, sin embargo no son precisamente mudas, hablan con palabras prestadas y con ellas  tejen su puente con palabras de amor, haciendo consistir al Otro.
El significante fálico es el  mediador, “remedio” y obstáculo a la vez. Lo que da lugar a ese juego de semblantes y malentendidos. Aún cuando el fantasma falle su objeto, y ese goce de cada cual por su lado, desmienta que el amor  puede hacer de dos Uno,  hay encuentros pero dependen de lo contingente y así  Lacan decía:
Pues no hay allí más que encuentro, encuentro, en la pareja, de los síntomas, de los afectos, de todo cuanto en cada quien marca la huella de su exilio, no como sujeto sino como hablante, de su exilio de la relación sexual. [2]
Algo, a veces se inscribe, en el destino de cada uno, por lo cual, durante un tiempo, tiempo de suspensión, lo que sería la relación sexual encuentra en el ser que habla su huella y su vía de espejismo. Del  “no escribirse” al “no cesa de escribirse”, de contingencia a necesidad, éste es el punto de suspensión del que se ata el tiempo de todo amor y que lo hace inolvidable.
                                                           
                                                                                                                                        Selva Acuña



[1] (…)ese objeto a que el neurótico se hace ser en su fantasma y bien, diré que casi le va como las polainas a un conejo. De allí que el neurótico nunca haga gran cosa con su fantasma. Eso logra defenderlo contra la angustia justamente en la medida en que es un a postizo.

[2] Seminario 20, clase 11. J.Lacan

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